12.5.07

Cráter Aorounga

El impacto de un asteroide o cometa dejó hace centenares de millones de años las cicatrices en el paisaje que todavía son visibles en esta imagen de radar en una área del Desierto de Sahara, al norte de Chad. El cráter original fue enterrado por sedimentos que fueron parcialmente erosionados hasta mostrar la actual apariencia de anillos.

Las rayas oscuras son los depósitos de arena que llegaba de los valles cortados por miles de años de erosión del viento. La banda oscura en el lado superior derecho de la imagen es una porción de un segundo cráter.

Los científicos están usando las imágenes de radar para investigar la posibilidad de que Aorounga sea uno de un cordón de cráteres de impacto formados por impactos múltiples.

La Carroza del Sol

La leyenda que presentamos a continuación proviene de la Grecia antigua y nos advierte que debamos reconocer la diferencia entre utilizar las fuerzas de la naturaleza y querer ser esas fuerzas.

El palacio del Sol estaba siempre brillante y deslumbrante de joyas. Un día, un hombre joven llamado Faetón decidió ir a ver el palacio y, después de un caluroso y largo viaje, se encontró ante Apolo, el dios del Sol. Apolo era padre de Faetón y se puso tan contento de verlo que exclamó, "pideme cualquier cosa y prometo que será tuya."

Phaeton estaba orgulloso ser el hijo de un dios y supo enseguida lo que deseaba. "Padre, dejeme tomar su lugar por un día. Deseo manejar su carroza y tirar del sol a través del cielo, como usted lo hace cada día."

Apolo intentó disuadir al joven. "Ningún mortal puede manejar mi carroza, ni siquiera otros dioses pueden hacerlo. La ruta que tomamos cada mañana para subir desde el mar es muy escarpada y difícil para los caballos, y cuando bajamos por la tarde, apenas puedo controlarlos. Al mediodía, nos encontramos a tal altura que temo mirar abajo. Por favor hijo, aunque te hice una promesa, pideme cualquier cosa menos esto."

Faetón deseaba más que nunca conducir la carroza y obsitadamente insistía. Puesto que era hora de comenzar el viaje diario, Apolo aceptó renuente. Con gran orgullo, Faetón se montó en la carroza y de inmediato se elevó en el cielo, tirando del sol detrás de él.

Los primeros momentos fueron muy divertidos y Faetón exclamó , "¡Vean, soy el Señor del cielo!" Pero de repente se dio cuenta que había perdido el control. La carroza coleteaba violentamente de lado a lado y aceleraba demasiado rápido. Los caballos se dieron cuenta que su guía no tenía la fuerza, confianza ni experiencia necesaria. Se salieron del camino. Faetón soltó las rienda y cayó al suelo de la carroza. Los caballos subieron precipitadamente a la cima del cielo y después se fueron en picada hacia la tierra. El sol incendió tierra.

Los gritos de Faetón despertaron a Zeus, el rey de los dioses. Vio lo que había sucedido y entonces tomó un rayo de entre las nubes y lo lanzó a la carroza. Faetón murió y los caballos cayeron en el mar. Las olas mojaron la tierra y apagaron el fuego. De ahí en adelante nadie más que Apolo conduciría la carroza del Sol a través del cielo.

Esta historia advierte que las fuerzas de la naturaleza no deban ser subestimadas. La historia siguiente, que también proviene de los Griegos antiguos, habla de que debemos obtener los regalos de la naturaleza pero sin olvidarnos de nuestro lugar.

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE (cuatro)

Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 4 DOS PALABRAS Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allá, todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido, sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá. Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las llanuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos de animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y los ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros. Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sinadivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed. –¿Qué es esto? –preguntó. –La página deportiva del periódico –replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia. La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a 4 Librodot