31.10.07

Aurora austral


La aurora es el brillo causado en la ionósfera dela Tierra por la interacción de su campo magnético con partículas cargadas procedentes del viento solar. Se observan cerca de las regiones polares, y se conocen como Aurora Austral (hemisferio sur) o Boreal (norte).

El brillo de la aurora se produce cuando el viento solar, choca con las partículas de las capas altas de la atmosfera terrestre, y se ve reforzado, a veces, por partículas subatómicas de alta energía procedentes de las manchas solares. Estas partículas colisionan con las moléculas de gas de la atmósfera, excitándolas y produciendo luminiscencia, es decir, emisión de luz visible.

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43: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 43 TOSCA Su padre la sentó al piano a los cinco años y a los diez Maurizia Rugieri dio su primer recital en el Club Garibaldi, vestida de organza rosada y botines de charol, ante un público benóvolo, compuesto en su mayoría por miembros de la colonia italiana. Al término de la presentación pusieron varios ramos de flores a sus pies y el presidente del club le entregó una placa conmemorativa y una muñeca de loza, adornada con cintas y encajes. –Te saludamos, Maurizia Rugieri, como a un genio precoz, un nuevo Mozart. Los grandes escenarios del mundo te esperan –declamó. La niña aguardó que se callara el aplauso y, por encima del llanto orgulloso de su madre, hizo oír su voz con una altanería inesperada. –Ésta es la última vez que toco el piano. Lo que yo quiero es ser cantante –anunció y salió de la sala arrastrando a la muñeca por un pie. Una vez que se repuso del bochorno, su padre la colocó en clases de canto con un severo maestro, quien por cada nota falsa le daba un golpe en las manos, lo cual no logró matar el entuasiasmo de la niña por la ópera. Sin embargo, al término de la adolescencia se vio que tenía una voz de pájaro, apenas suficiente para arrullar a un infante en la cuna, de modo que debió de cambiar sus pretensiones de soprano por un destino más banal. A los diecinueve años se casó con Ez¡o Longo, inmigrante de primera generación en el país, arquitecto sin título y constructor de oficio, quien se había propuesto fundar un imperio sobre cemento y acero y a los treinta y cinco años ya lo tenía casi consolidado. Ez¡o Longo se enamoró de Maurizia Rugieri con la misma determinación empleada en sembrar la capital con sus edificios. Era de corta estatura, sólidos huesos, un cuello de animal de tiro y un rostro enérgico y algo brutal, de labios gruesos y ojos negros. Su trabajo lo obligaba a vestirse con ropa rústica y de tanto estar al sol tenía la piel oscura y cruzada de surcos, como cuero curtido. Era de carácter bonachón y generoso, reía con facilidad y gustaba de la música popular y de la comida abundante y sin ceremonias. Bajo esa apariencia algo vulgar se encontraba un alma refinada y una delicadeza que no sabía traducir en gestos o palabras. Al contemplar a Maurizia a veces se le llenaban los ojos de lágrimas y el pecho de una oprimente ternura, que él disimulaba de un manotazo, sofocado de vergüenza. Le resultaba imposible expresar sus sentimientos y creía que cubriéndola de regalos y soportando con estoica paciencia sus extravagantes cambios de humor y sus dolencias imaginarias, compensaría las fallas de su repertorio de amante. Ella provocaba en él un deseo perentorio, renovado cada día con el ardor de los primeros encuentros, la abrazaba exacerbado, tratando de salvar el abismo entre los dos, pero toda su pasión se estrellaba contra los remilgos de Maurizia, cuya imaginación permanecía afiebrada por lecturas románticas y discos de Verdi y Puccini. Ez¡o se dormía vencido por las fatigas del día, agobiado por pesadillas de paredes torcidas y escaleras en espiral, y despertaba al amanecer para sentarse en la cama a observar a su mujer dormida con tal atención que aprendió a adivinarle los sueños. Hubiera dado la vida por que ella respondiera a sus sentimientos con igual intensidad. Le construyó una desmesurada mansión sostenida por columnas, donde la mezcolanza de estilos y la profusión de adornos confundían el sentido de orientación, y donde cuatro sirvientes trabajaban sin descanso sólo para pulir bronces, sacar brillo a los pisos, limpiar las pelotillas de cristal de las lámparas y sacudir los muebles de patas doradas y las falsas alfombras persas importadas de España. La casa tenía un pequeño anfiteatro en el jardín, con altoparlantes y luces de escenario mayor, en el cual Maurizia Rugieri solía cantar para sus invitados. Ez¡o no habría admitido ni en trance de muerte que era incapaz de apreciar aquellos vacilantes trinos de gorrión, no sólo para no poner en evidencia las lagunas de su cultura, sino sobre todo por 43 Librodot

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42: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 42 muerta y el Ángel y Kuramoto lucían sus prodigiosas musculaturas, se levantó la tapa del sarcófago y un ser de pesadilla emergió del interior. Cuando estuvo de pie, con todos sus vendajes a la vista, fue evidente que se trataba de una momia en perfecto estado de salud. En ese momento Tarzán lanzó otro aullido y sin que mediara ninguna provocación se puso a dar saltos alrededor de los egipcios y a sacudir al simio. La Momia perdió su paciencia milenaria, levantó un brazo y lo dejó caer como un garrotazo en la nuca del salvaje, dejándolo inerte con la cara enterrada en el pasto. La mona trepó chillando a un árbol. Antes de que el faraón embalsamado liquidara a Tarzán con un segundo golpe, éste se puso de pie y se le fue encima rugiendo. Ambos rodaron anudados en una posición inverosímil, hasta que se soltó la pantera y entonces todos corrieron a buscar refugio entre las plantas y los empleados de la casa volaron a meterse en la cocina. Patricia estaba a punto de lanzarse a la pileta, cuando apareció por encantamiento un individuo de frac y sombrero de copa, que de un sonoro latigazo detuvo en seco al felino y lo dejó en el suelo ronroneando como un gato con las cuatro patas en el aire, lo cual permitió al jorobado recuperar la cadena, mientras el otro se quitaba el sombrero y extraía de su interior una torta de merengue, que trajo hasta la terraza y depositó a los pies de la dueña de casa. Por el fondo del jardín aparecieron los demás de la comparsa: los músicos de la banda tocando marchas militares, los payasos zurrándose bofetones, los enanos de las Cortes Medievales, la equitadora de pie sobre su caballo, la mujer barbuda, los perros en bicicleta, el avestruz vestido de colombina y por último una fila de boxeadores con sus calzones de satén y sus guantes de reglamento, empujando una plataforma con ruedas coronada por un arco de cartón pintado. Y allí, sobre ese estrado de emperador de utilería, iba Horacio Fortunato con su melena aplastada con brillantina, su irrevocable sonrisa de galán, orondo bajo su pórtico triunfal, rodeado por su circo inaudito, aclamado por las trompetas y los platillos de su propia orquesta, el hombre más soberbio, más enamorado y más devertido del mundo. Patricia lanzó una carcajada y le salió al encuentro. 42 Librodot

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41: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 41 en ningún caso una manicurista con esa cartera de plástico y esa blusa ordinaria, pero la muchacha lo intrigaba, había algo vulnerable y patético en ella, pobrecita, no tendrá un buen final en manos de ese bandolero, pensó. –Es mejor que me lo diga todo, hija –dijo Ziminerman, finalmente. La joven le soltó el cuento que había memorizado y una hora después salió de la oficina con paso ligero. Tal como lo había planeado desde un comienzo, el joyero no sólo había comprado el collar, sino que además la había invitado a cenar. Le resultó fácil darse cuenta de que Zimmerman era uno de esos hombres astutos y desconfiados para los negocios, pero ingenuo para todo lo demás y que sería sencillo mantenerlo distraído por el tiempo que Horacio Fortunato necesitara y estuviera dispuesto a pagar. P,sa fue una noche memorable para Zimnierman, quien había contado con una cena y se encontró viviendo una pasión inesperada. Al día siguiente volvió a ver a su nueva amiga y hacia el fin de semana le anunció tartamudeando a Patricia que partía por unos días a Nueva York a una subasta de alhajas rusas, salvadas de la masacre de Ekaterimburgo. Su mujer no le prestó atención. Sola en su casa, sin ánimo para salir y con ese dolor de cabeza que iba y venía sin darle descanso, Patricia decidió dedicar el sábado a recuperar fuerzas. Se instaló en la terraza a hojear unas revistas de moda. No había llovido en toda la semana y el aire estaba seco y denso. Leyó un rato hasta que el sol comenzó a adormecerla, el cuerpo le pesaba, se le cerraban los ojos y la revista cayó de sus manos. En eso le llegó un rumor desde el fondo del jardín y pensó en el jardinero, un tipo testarudo, quien en menos de un año había transformado su propiedad en una jungla tropical, arrancando sus macizos de crisantemos para dar paso a una vegetación desbordada. Abrió los ojos, miró distreída contra el sol y notó que algo de tamaño desusado se movía en la copa del aguacate. Se quitó los lentes oscuros y se incorporó. No había duda, una sombra se agitaba allá arriba y no era parte del follaje. Patricia Zimmerman dejó el sillón y avanzó un par de pasos, entonces pudo ver con nitidez a un fantasma vestido de azul con una capa dorada que pasó volando a varios metros de altura, dio una voltereta en el aire y por un instante pareció detenerse en el gesto de saludarla desde el cielo. Ella sofocó un grito, segura de que la aparición caería como una piedra y se desintegraría al tocar tierra, pero la capa se infló y aquel coleóptero radiante estiró los brazos y se aferró a un níspero vecino. De inmediato surgió otra figura azul colgada de las piernas en la copa del otro árbol, columpiando por las muñecas a una niña coronada de flores. El primer trapecista hizo una señal y el segundo le lanzó a la criatura, quien alcanzó a soltar una lluvia de mariposas de papel antes de verse cogida por los tobillos. Patricia no atinó a moverse mientras en las alturas volaban esos silenciosos pájaros con capas de oro. De pronto un alarido llenó el jardín, un grito largo y bárbaro que distrajo a Patricia de los trapecistas. Vio caer una gruesa cuerda por una pared lateral de la propiedad y por allí descendió Tarzán en persona, el mismo de la matiné en el cinematógrafo y de las historietas de su infancia, con su mísero taparrabo de piel de tigre y un mono auténtico sentado en su cadera, abrazándolo por la cintura. El Rey de la Selva aterrizó con gracia, se golpeó el pecho con los puños y repitió el bramido visceral, atrayendo a todos los empleados de la casa, que se precipitaron a la terraza. Patricia les ordenó con un gesto que se quedaran quietos, mientras la voz de Tarzán se apagaba para dar paso a un lúgubre redoble de tambores anunciando a una comitiva de cuatro egipcias que avanzaban de medio lado, cabeza y pies torcidos, seguidos por un jorobado con capucha a rayas, quien arrastraba una pantera negra al extremo de una cadena. Luego aparecieron dos monjes cargando un sarcófago y más atrás un ángel de largos cabellos áureos y cerrando el cortejo un indio disfrazado de japonés, en bata de levantarse y encaramado en patines de madera. Todos se detuvieron detrás de la piscina. Los monjes depositaron el ataúd sobre el césped, y mientras las vestales canturreaban en alguna lengua 41 Librodot

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fotos huaca Patio ceremonial del templo: