25.3.09

Rayos y relámpagos


Un rayo es una descarga eléctrica que se produce entre nubes de lluvia o entre una de estas nubes y la tierra. La descarga es visible con trayectorias sinuosas y de ramificaciones irregulares, a veces de muchos kilómetros de distancia.El fenómeno visible, como el de la foto, es conocido con el nombre de relámpago, mientras que la descarga eléctrica es el rayo. Se produce también una onda sonora llamada trueno. No todos los rayos producen truenos, se calcula que aproximadamente sólo el 60%. Esto se debe a que, a menudo, las ondas de varios rayos consecutivos se mezclan para formar una, o se anulan mútuamente.Los rayos matan o dañan a más personas que los tornados o los huracanes. Provocan un 40% de los incendios de granjas y muchos bosques se queman por su acción. Sin embargo, no todo lo relativo a los rayos es negativo. El suelo se enriquece con el nitrógeno liberado desde la atmósfera por los rayos y transportado por las gotas de lluvia.

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82: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 82 continuaban encendidas en todas las ventanas y por las calles transitaba la gente. Entretanto la Maestra Inés había lavado con agua y jabón las paredes y los muebles del cuarto, había quemado la ropa de cama, ventilado la casa y esperaba a sus amigos con la cena preparada y una jarra de ron con jugo de piña. La comida transcurrió con alegría comentando las últimas riñas de gallos, bárbaro deporte, según la Maestra, pero menos bárbaro que las corridas de toros, donde un matador colombiano acababa de perder el hígado, alegaron los hombres. Riad Halabí fue el último en despedirse. Esa noche, por primera vez en su vida, se sentía viejo. En la puerta, la Maestra Inés le tomó las manos y las retuvo un instante entre las suyas. –Gracias, turco –le dijo. –¿Por qué me llamaste a mí, Inés? –Porque tú eres la persona que más quiero en este mundo y porque tú debiste ser el padre de mi hijo. Al día siguiente los habitantes de Agua Santa volvieron a sus quehaceres de siempre engrandecidos por una complicidad magnífica, por un secreto de buenos vecinos, que habrían de guardar con el mayor celo, pasándoselo unos a otros por muchos años como una leyenda de justicia, hasta que la muerte de la Maestra Inés nos liberó a todos y puedo yo ahora contarlo. 82 Librodot

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81: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 81 de vaina, cómo se te ocurre. –Estoy en mi derecho, él mató a mi niño. –No lo entendería, Inés. –Ojo por ojo, diente por diente, turco. ¿No dice así tu religión? –La ley no funciona de ese modo, Inés. –Bueno, entonces podemos acomodarlo un poco y decir que se suicidó. –No lo toques. ¿Cuántos huéspedes hay en la casa? –Sólo un camionero. Se irá apenas refresque, tiene que manejar hasta la capital. –Bien, no recibas a nadie más. Cierra con llave la puerta de esta pieza y espérame, vuelvo en la noche. –¿Qué vas a hacer? –Voy a arreglar esto a mi manera. Riad Halabí tenía sesenta y cinco años, pero aún conservaba el mismo vigor de la juventud y el mismo espíritu que lo colocó a la cabeza de la muchedumbre el día que llegó a Agua Santa. Salió de la casa de la Maestra Inés y se encaminó con paso rápido a la primera de varias visitas que debió hacer esa tarde. En las horas siguientes un cuchicheo persistente recorrió al pueblo, cuyos habitantes se sacudieron el sopor de años, excitados por la más fantástica noticia, que fueron repitiendo de casa en casa como un incontenible rumor, una noticia que pujaba por estallar en gritos y a la cual la misma necesidad de mantenerla en un murmullo le confería un valor especial. Antes de la puesta del sol ya se sentía en el aire esa alborozada inquietud que en los años siguientes sería una característica de la aldea, incomprensible para los forasteros de paso, que no podían ver en ese lugar nada extraordinario, sino sólo un villorrio insignificante, como tantos otros, al borde de la selva. Desde temprano empezaron a llegar los hombres a la taberna, las mujeres salieron a las aceras con sus sillas de cocina y se instalaron a tomar aire, los jóvenes acudieron en masa a la plaza como si fuera domingo. El Teniente y sus hombres dieron un par de vueltas de rutina y después aceptaron la invitación de las muchachas del burdel, que celebraban un cumpleaños, según dijeron. Al anochecer había más gente en la calle que un día de Todos los Santos, cada uno ocupado en lo suyo con tan aparatosa diligencia que parecían estar posando para una película, unos jugando dominó, otros bebiendo ron y fumando en las esquinas, algunas parejas paseando de la mano, las madres correteando a sus hijos, las abuelas husmeando por las puertas abiertas. El cura encendió los faroles de la parroquia y echó a volar las campanas llamando a rezar el novenarío de San Isidoro Mártir, pero nadie andaba con ánimo para ese tipo de devociones. A las nueve y media se reunieron en la casa de la Maestra Inés el árabe, el médico del pueblo y cuatro jóvenes que ella había educado desde las primeras letras y eran ya unos hombronazos de regreso del servicio militar. Riad Halabí los condujo hasta el último cuarto, donde encontraron el cadáver cubierto de insectos, porque se había quedado la ventana abierta y era la hora de los mosquitos. Metieron al infeliz en un saco de lona, lo sacaron en vilo hasta la calle y lo echaron sin mayores ceremonias en la parte de atrás del vehículo de Riad Halabí. Atravesaron todo el pueblo por la calle principal, saludando como era la costumbre a las personas que se les cruzaron por delante. Algunos les devolvieron el saludo con exagerado entusiasmo, mientras otros fingieron no verlos, riéndose con disimulo, como niños sorprendidos en alguna travesura. La camioneta se dirigió al lugar donde muchos años antes el hijo de la Maestra Inés se inclinó por última vez a coger una fruta. En el resplandor de la luna vieron la propiedad invadida por la hierba maligna del abandono, deteriorada por la decrepitud y los malos recuerdos, una colina enmarañada donde los mangos crecían salvajes, las frutas se caían de las ramas y se pudrían en el suelo, dando nacimiento a otras matas que a su vez engendraban otras y así hasta crear una selva hermética que se había tragado los cercos, el sendero y hasta los despojos de la casa, de la cual sólo quedaba un rastro casi imperceptible de olor a mermelada. Los hombres encendieron sus lámparas de queroseno y echaron a andar bosque adentro, abriéndose paso a machetazos. Cuando consideraron que ya habían avanzado bastante, uno de ellos señaló el suelo y allí, a los pies de un gigantesco árbol abrumado de fruta, cavaron un hoyo profundo, donde depositaron el saco de lona. Antes de cubrirlo de tierra, Riad Halabí dijo una breve oración musulmana, porque no conocía otras. Regresaron al pueblo a medianoche y vieron que todavía nadie se había retirado, las luces 81 Librodot

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80: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 80 replicó Riad Halabí y le dio la idea de agregar unos cuartos en su casa y convertirla en pensión. –En este pueblo no hay hotel. –Tampoco hay turistas –alegó ella. –Una cama limpia y un desayuno caliente son bendiciones para los viajeros de paso. Así fue, principalmente para los camioneros de la Compañía de Petróleos, que se quedaban a pasar la noche en la pensión cuando el cansancio y el tedio de la carretera les llenaban el cerebro de alucinaciones. La Maestra Inés era la matrona más respetada de Agua Santa. Había educado a todos los niños del lugar durante varias décadas, lo cual le daba autoridad para intervenir en las vidas de cada uno y tirarles las orejas cuando lo consideraba necesario. Las muchachas le llevaban sus novios para que los aprobara, los esposos la consultaban en sus peleas, era consejera, árbitro y juez en todos los problemas, su autoridad era más sólida que la del cura, la del médico o la de la policía. Nada la detenía en el ejercicio de ese poder. En una ocasión se metió en el retén, pasó por delante del Teniente sin saludarlo, cogió las llaves que colgaban de un clavo en la pared y sacó de la celda a uno de sus alumnos, preso a causa de una borrachera. El oficial trató de impedírselo, pero ella le dio un empujón y se llevó al muchacho cogido por el cuello. Una vez en la calle le propinó un par de bofetones y le anunció que la próxima vez ella misma le bajaría los pantalones para darle una zurra memorable. El día en que Inés fue a anunciarle que había matado a un cliente, Riad Halabí no tuvo ni la menor duda de que hablaba en serio, porque la conocía demasiado. La tomó del brazo y caminó con ella las dos cuadras que separaban La Perla de Oriente de la casa de ella. Era una de las mejores construcciones del pueblo, de adobe y madera, con un porche amplio donde se colgaban hamacas en las siestas más calurosas, baños con agua corriente y ventiladores en todos los cuartos. A esa hora parecía'vacía, sólo descansaba en la sala un huésped bebiendo cerveza con la vista perdida en la televisión. –¿Dónde está? –susurró el comerciante árabe. –En una de las piezas de atrás –respondió ella sin bajar la voz. Lo condujo a la hilera de cuartos de alquiler, todos unidos por un largo corredor techado, con trinitarias moradas trepando por las columnas y maceteros de helechos colgando de las vigas, alrededor de un patio donde crecían nísperos y plátanos. Inés abrió la última puerta y Riad Halabí entró en la habitación en sombras. Las persianas estaban corridas y necesitó unos instantes para acomodar los ojos y ver sobre la cama el cuerpo de un anciano de aspecto inofensivo, un forastero decrépito, nadando en el charco de su propia muerte, con los pantalones manchados de excrementos, la cabeza colgando de una tira de piel lívida y una terrible expresión de desconsuelo, como si estuviera pidiendo disculpas por tanto alboroto y sangre y por el lío tremendo de haberse dejado asesinar. Riad Halabí se sentó en la única silla del cuarto, con la vista fija en el suelo, tratando de controlar el sobresalto de su estómago. Inés se quedó de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, calculando que necesitaría dos días para lavar las manchas y por lo menos otros dos para ventilar el olor a mierda y a espanto. –¿Cómo lo hiciste? –preguntó por fin Riad Halabí secándose el sudor. –Con el machete de picar cocos. Me vine por detrás y le di un solo golpe. Ni cuenta se dio, pobre diablo. –¿Por qué? –Tenía que hacerlo, así es la vida. Mira qué mala suerte, este viejo no pensaba detenerse en Agua Santa, iba cruzando el pueblo y una piedra le rompió el vidrio del carro. Vino a pasar unas horas aquí mientras el italiano del garaje le conseguía otro de repuesto. Ha cambiado mucho, todos hemos envejecido, según parece, pero lo reconocí al punto. Lo esperé muchos años, segura de que vendría, tarde o temprano. Es el hombre de los mangos. –Alá nos ampare –murmuró Riad Halabí. –te parece que debemos llamar al Teniente? –Ni 80 Librodot

El Mito de Alcmena

Alcmena es la esposa de Anfitrión y la madre de Heracles. Es del linaje de Perseo y de Andrómeda, pues su padre fue Electrión, hijo de éstos. del linaje de Perseo y de Andrómeda, pues su padre fue Alcmena es la esposa de Anfitrión y la madre de Heracles. Es Electrión, hijo de éstos.

Se destacaba por su gran belleza. Cuando se casó con Anfitrión, quien era sobrino y cuñado de Electrión e hijo de Alceo (hermano de Electrión), y quien también provenía de los Persíadas no podían consumar el matrimonio hasta que él llevara a cabo la venganza de los hermanos de ella, hazaña que realizó con la ayuda del Creonte entre otros.

Anfitrión y Alcmena vivían en el destierro provocado por el asesinato accidental del suegro que Anfitrión había cometido. De ahí, él parte a la guerra contra los telebeos. En su ausencia, Zeus (dios de dioses) se hace pasar por él y convence a Alcmena de que tenga amores con él. Ella creyendo que era su marido y que la venganza ya había sido realizada, acepta y se une al dios en una noche alargada por él, para gozar de Alcmena durante mucho tiempo.

Al día siguiente, regresa su marido y también se une sexualmente a su esposa. Alcmena concibe así a dos hijos, uno por intervención del dios y otro de su marido. Los niños son gemelos con un día de diferencia. El mayor se llama Heracles (Hércules) y es hijo de Zeus, mientras que de Anfitrión nace Ificles.

Cuando Alcmena escucha todos los detalles de las batallas que le cuenta Anfitrión, ella le replica que ya lo sabe todo y además no demuestra gran efusión cuando su marido regresa. Anfitrión, intrigado, le pregunta al anciano adivino Tiresias sobre el asunto, y éste le revela la verdad sobre la relación entre Alcmena y Zeus.

Anfitrión deseó castigar a su esposa, a pesar de saber que ella no había tenido culpa en el asunto, y la iba a quemar en la hoguera. Zeus intervino y envió una fuerte lluvia ante lo cual, Anfitrión perdonó todo y decidió incluso hacerse cargo del hijo del dios.

El problema sobreviene cuando Hera (esposa inmortal de Zeus) se entera de todo y se vuelve presa de sus celos. Cuando Alcmena va a dar a luz, Hera interviene y logra que el parto se prolongue hasta los diez meses. Así, Euristeo (primo de Heracles) nace primero, y Heracles queda sometido a los designios de Euristeo debido a un oráculo que Zeus había dictado según el cual el próximo descendiente de Perseo reinaría sobre Argos.

Más adelante, Alcmena enviudó y acompañó a Heracles junto con Yolao (sobrino de Heracles) e Ificles en el fallido intento de regresar a su patria de origen, una vez que Heracles había terminado los doce trabajos impuestos por Hera mediante Euristeo. Éste se negó a dejarlos permanecer en su tierra.

Cuando Heracles muere, ella se encuentra con varios de sus nietos en Tirinto, de donde fue expulsada con todos los descendientes de Heracles por orden de Euristeo. Todos fueron bien recibidos en Atenas donde se refugiaron.

Euristeo decidió atacar a Atenas por haberle dado acogida a quienes estaban relacionados con Heracles y perdió la batalla. Los atenienses le entregaron a Alcmena la cabeza de Euristeo, y ella le sacó los ojos con un uso.

Terminó sus días terrenales en Tebas junto con todos los descendientes de Heracles. Hay varias versiones de lo que ocurre después de su muerte. Según una primera versión, Zeus envió a Hermes a recoger el cuerpo de ella para transportarlo a las islas de los Bienaventurados, donde se casó con Radamantis.

Según otras versiones, fue llevada al Olimpo donde compartió honores con su hijo divino. También existe la idea de que cuando Anfitrión había muerto en la lucha junto a su hijo, ella se había casado con Radamantis, quien estaba desterrado, y había vivido con él en Beocia, Ocalea.

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