22.5.07

Cráter de un meteorito

Cuando un meteorito pequeño golpea el suelo de la Tierra no ocurre gran cosa. El efecto que puede producir en la corteza terrestre se erosiona rápidamente y, al cabo de poco tiempo, no queda ni rastro.

Sin embargo, hace unos 50.000 años, un meteorito de gran tamaño golpeó el suelo con fuerza y produjo el cráter meteorítico Barringer, en Arizona, que muestra esta foto.

Barringer tiene más de un kilómetro de diámetro. En 1920, fue el primer cráter de la superficie terrestre en ser reconocida como un cráter por impacto Hoy, se han identificado más de 100 cráteres terrestres por impacto. Un modelo computacional reciente indica cómo una parte del Cañón del Diablo se deforma y funde durante el choque que creó a Barringer.

Sinbad

Como siempre, Sinbad se hacía a la mar simplemente porque se aburría con la vida callada de la ciudad. Un día, llegó a una isla extraña y accidentalmente el barco zarpó sin él. Entonces subió hasta la cima de un árbol alto e inspeccionó la tierra a su alrededor. Vio algo que parecía una gran roca blanca y caminó hacia ella. Era muy lisa y resbaladiza.

De repente, un pájaro grande aterrizó y se sentó en la roca. En realidad, era un huevo gigantesco. El pájaro era tan grande que sus piernas eran más gruesas que los troncos de los árboles. Sinbad desenredó su turbante y se ató a una pierna del pájaro. Cuando el pájaro prendió vuelo, Sinbad fue transportado hasta muy alto en el cielo. Él estaba muy orgulloso de si e imaginaba que en poco tiempo, estaría de regreso a casa. En cuanto el pájaro aterrizó, Sinbad desató su turbante y se vio libre.

Al mirar a su alrededor, Sinbad se desanimó. Estaba rodeado de montañas tan altas que tocaban las nubes y tan empinadas que no podían ser escaladas. Entonces él hizo otro sorprendente descubrimiento. Esparcidos en el suelo habían miles de diamantes esplendorosos, algunos tan grandes como su cabeza. Estaba rodeado de una riqueza enorme, pero estaba atrapado.

De repente, algo cayó al suelo, cerca. de él. Era un pedazo grande de carne, que al aterrizar, se ensartó en los diamantes. Después más pedazos de carne cayeron alrededor de él. Inmediatamente, un pájaro apareció, recogió la carne acribillada con los diamantes y voló lejos.

Sinbad tomó algunos diamantes y los metió en su bolsa y la ató alrededor de su cintura. Después colocó un pedazo de carne en su espalda y lo envolvió con su turbante. Luego se acosto boca abajo en el suelo. Pronto otro pájaro bajó y recogió la carne amarrada a Sinbad.

Sin aliento, Sinbad se elevó en el aire a gran altura. Por fin, el pájaro se posó sobre un acantilado y ahí hizo su nido. Tan pronto como el pájaro aterrizó, alguien pegó un grito y ante el asombro de Sinbad, un hombre apareció. Con la ayuda de un palo, el hombre logró ahuyentar al pájaro Él también se sorprendió al ver a Sinbad en el nido.

Este hombre era quien había tirado los pedazos de carne y quien se apoderaba de los diamantes cuando los pájaros volvían a su nido. A Sinbad le encantó la inteligencia del hombre y le dio los diamantes que él había escondido en su bolsa. El hombre guió a Sinbad por la ladera de la montaña hasta la orilla del mar y lo puso en el siguiente barco que atracó en el puerto. Cuando Sinbad volvió a casa, se convirtió en un hombre de gran fama y fortuna.

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE

12: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 12 que era ella misma, deseando ser enorme, pesada y densa como una ballena. Imaginaba que se iba llenando de un líquido viscoso y dulce como miel, que se inflaba y crecía al tamaño de una descomunal muñeca, hasta llenar toda la cama, todo el cuarto, toda la casa con su cuerpo turgente. Extenuada, a veces se dormía por unos minutos, llorando. Una mañana de sábado Elena vio desde la ventana a Bernal que se aproximaba a su madre por detrás, cuando ella estaba inclinada en la artesa fregando ropa. El hombre le puso la mano en la cintura y la mujer no se movió, como si el peso de esa mano fuera parte de su cuerpo. Desde la distancia, Elena percibió el gesto de posesión de él, la actitud de entrega de su madre, la intimidad de los dos, esa corriente que los unía con un formidable secreto. La niña sintió que un golpe de sudor la bañaba entera, no podía respirar, su corazón era un pájaro asustado entre las costillas, le picaban las manos y los pies, la sangre pujando por reventarle los dedos. Desde ese día comenzó a espiar a su madre. Una a una fue descubriendo las evidencias buscadas, al principio sólo miradas, un saludo demasiado prolongado, una sonrisa cómplice, la sospecha de que bajo la mesa sus piernas se encontraban y que inventaban pretextos para quedarse a solas. Por fin una noche, de regreso del cuarto de Bernal donde había cumplido sus ritos de enamorada, escuchó un rumor de aguas subterráneas proveniente de la habitación de su madre y entonces comprendió que durante todo ese tiempo, mientras ella creía que Bernal estaba ganándose el sustento con canciones nocturnas, el hombre había estado al otro lado del pasillo, y mientras ella besaba su recuerdo en el espejo y aspiraba la huella de su paso en sus sábanas, él estaba con su madre. Con la destreza aprendida en tantos años de hacerse invisible, atravesó la puerta cerrada y los vio entregados al placer. La pantalla con flecos de la lámpara irradiaba una luz cálida, que revelaba a los amantes sobre la cama. Su madre se había transformado en una criatura redonda, ros. ada, gimiente, opulenta, una ondulante anémona de mar, puros tentáculos y ventosas, toda boca y manos y piernas y orificios, rodando y rodando adherida al cuerpo grande de Bernal, quien por contraste le pareció rígido, torpe, de movimientos espasmódicos, un trozo de madera sacudido por una ventolera inexplicable. Hasta entonces la niña no había visto a un hombre desnudo y la sorprendieron las fundamentales diferencias. La naturaleza masculina le pareció brutal y le tomó un buen tiempo sobreponerse al terror y forzarse a mirar. Pronto, sin embargo, la venció la fascinación de la escena y pudo observar con toda atención, para aprender de su madre los gestos que habían logrado arrebatarle a Bernal, gestos más poderosos que todo el amor de ella, que todas sus oraciones, sus sueños y sus silenciosas llamadas, que todas sus ceremonias mágicas para convocarlo a su lado. Estaba segura de que esas caricias y esos susurros contenían la clave del secreto y si lograba apoderárselos, Juan José Bernal dormiría con ella en la hamaca, que cada noche colgaba de dos ganchos en el cuarto de los armarios. Elena pasó los días siguientes en estado crepuscular. Perdió totalmente el interés por su entorno, inclusive por el mismo Bernal, quien pasó a ocupar un compartimiento de reserva en su mente, y se sumergió en una realidad fantástica que reemplazó por completo al mundo de los vivos. Siguió cumpliendo con las rutinas por la fuerza del hábito, pero su alma estaba ausente de todo lo que hacía. Cuando su madre notó su falta de apetito, lo atribuyó a la cercanía de la pubertad, a pesar de que Elena era a todas luces demasiado joven, y se dio tiempo para sentarse a solas con ella y ponerla al día sobre la broma de haber nacido mujer. La niña escuchó en taimado silencio la perorata sobre maldiciones bíblicas y sangres menstruales, convencida de que eso jamás le ocurriría a ella. El miércoles Elena sintió hambre por primera vez en casi una semana. Se metió en la despensa con un abrelatas y una cuchara y se devoró el contenido de tres tarros de arvejas, luego le quitó el vestido de cera roja a un queso holandés y se lo comió como una manzana. Después corrió al patio y, doblada en dos, vomitó una verde mezcolanza sobre los geranios. El dolor del vientre y el agrio sabor en la boca le devolvieron el sentido de la realidad. Esa noche durmió tranquila, enrollada en su hamaca, chupándose el dedo como en los tiempos de 12 Librodot