7.6.07

Panorámica lunar


En la misión Apolo 17, en 1972, el astronauta norteamericano Harrison Schmitt exploró de primera mano la superficie lunar. Esta misión tomó extraordinarias fotografías de la Tierra, desde su satélite natural, la Luna.

En esta panorámica de la Luna, construida a partir de las fotos tomadas por el astronauta Eugene Cernan, es evidente la magnífica desolación del paisaje lunar estéril.

Las rocas lunares se ven en primer plano, las montañas lunares en el fondo, algunos cráteres pequeños y al astronauta Schmidt, brincoteando de regreso al módulo.

Unos días después que se obtuviera esta panorámica, la misión Apolo 17 dejó la Luna. Según la propuesta del presidente Bush, los Estados Unidos podrían volver a la Luna entre 2015 y 2020, nunca más tarde de esta última fecha. Como apoyo se enviarían sondas que explorarían la superficie lunar antes de 2008.

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE

19: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 19 ella una infusión de camomila, a ver si eso la tranquilizaba un poco. Entretanto Clarisa, con una expresión de gran melancolía, colocó todo en orden y sirvió el último plato de comida para su marido. Puso la bandeja ante la puerta cerrada y llamó por primera vez en más de cuarenta años. –¿Cuántas veces he dicho que no me molesten? –protestó la voz decrépita del juez. –Disculpa, querido, sólo deseo avisarte que me voy a morir. –¿Cuándo? –El viernes. –Está bien –y no abrió la puerta. Clarisa llamó a sus hijos para darles cuenta de su próximo fin y luego se acostó en su cama. Tenía una habitación grande, oscura, con pesados muebles de caoba tallada que no alcanzaron a convertirse en antigüedades, porque el deterioro los derrotó por el camino. Sobre la cómoda había una urna de cristal con un Niño Jesús de cera de un realismo sorprendente, parecía un bebé recién bañado. –Me gustaría que te quedaras con el Niñito, para que me lo cuides, Eva. –Usted no piensa morirse, no me haga pasar estos sustos. –Tienes que ponerlo a la sombra, si le pega el sol se derrite. Ha durado casi un siglo y puede durar otro si lo defiendes del clima. Le acomodé en lo alto de la cabeza sus cabellos de merengue, le adorné el peinado con una cinta y me senté a su lado, dispuesta a acompañarla en ese trance, sin saber a ciencia cierta de qué se trataba, porque el momento carecía de todo sentimentalismo, como si en verdad no fuera una agonia, sino un apacible resfrío. –Sería bien bueno que me confesara, ¿no te parece, hija? –¡Pero qué pecados puede tener usted, Clarisal –La vida es larga y sobra tiempo para el mal, con el favor de Dios. –Usted se irá derecho al cielo, si es que el cielo existe. –Claro que existe, pero no es tan seguro que me admitan. Allí son bien estrictos –murmuró. Y después de una larga pausa agregó–: Repasando mis faltas, veo que hay una bastante grave... Tuve un escalofrío, temiendo que esa anciana con aureola de santa me dijera que había eliminado intencionalmente a sus hijos retardados para facilitar la justicia divina, o que no creía en Dios y que se había dedicado a hacer el bien en este mundo sólo porque en la balanza le había tocado esa suerte, para compensar el mal de otros, mal que a su vez carecía de importancia, puesto que todo es parte del mismo proceso infinito. Pero nada tan dramático me confesó Clarisa. Se volvió hacia la ventana y me dijo ruborizada que se había negado a cumplir sus deberes conyugales. –¿Qué significa eso? –pregunté. –Bueno... Me refiero a no satisfacer los deseos carnales de mi marido, ¿entiendes? –No. –Si una le niega su cuerpo y él cae en la tentación de buscar alivio con otra mujer, una tiene la responsabilidad moral. –Ya veo. El juez fornica y el pecado es de usted. –No, no. Me parece que sería de ambos, habría que consultarlo. –¿El marido tiene la misma obligación con su mujer? –¿Ah? –Quiero decir que si usted hubiera tenido otro hombre, ¿la falta sería también de su esposo? –¡Las cosas que se te ocurren, hija! –Me miró atónita. –No se preocupe, si su peor pecado es haberle escamoteado el cuerpo al juez, estoy segura de que Dios lo tomará en broma. –No creo que Dios tenga humor para esas cosas. –Dudar de la perfección divina ése sí es un gran pecado, Clarisa. Se veía tan saludable que costaba imaginar su próxima partida, pero supuse que los santos, a diferencia de los simples mortales, tienen el poder de morir sin miedo y en pleno uso de sus facultades. Su prestigio era tan sólido, que muchos aseguraban haber visto un círculo de luz en torno de su cabeza y haber escuchado música celestial en su presencia, por lo mismo no me sorprendió, al desvestirla para ponerle el camisón, encontrar en sus hombros dos bultos 19 Librodot

Antología Visiones 1993


Antología Visiones 1993

Selección de Elia Barceló.
Contenido:
El viento en la espalda (Seydrerian) de
Santiago García Solans La noche de las tres lunas de José Antonio Cotrina Piensa, Coalt de Pedro Lopez El sol se ha roto de Georgina Burgos Gil Mi honor es mi vida de Juan Francisco Castillo Cazador de tiempo de Rafael Muñoz Vega Juicio en Re menor de Francisco José Gamiz La mujer que sabía escribir de Joan Carles Planells La verdadera historia del María Galante de Fernando Bendala De postre de Adolfina García Ojos de sombra de León Arsenal

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