18.6.07

Polvo lunar


En la Tierra, las rocas son erosionadas por el viento y el agua, creando suelo macizo y arena. En la luna, la larga historia del bombardeo de micrometeoritos ha pulverizado prácticamente la superficie rocosa creando una capa de polvo del suelo lunar o regolitos.

Este regolito lunar podría ser un buen material científico e industrial. Pero para los astronautas del proyecto Apolo y su instrumental, este fino y arenoso material fué definitivamente un problema. En la superficie lunar en Diciembre de 1972, los astronautas del Apollo 17 Harrison Schmitt y Eugene Cernan necesitaron reparar uno de los rovers, en un intento de mantener el polvo alejado de ellos mismos y de las ruedas.

Este imágen muestra la rueda y como continuación del propio guardabarros una ingeniosa idea de utilizar los mapas de repuesto y alguna abrazadera para crear un sistema que no haga que el polvo suba y moleste.

LOS CUENTOS DE EVA LUNA ISABEL ALLENDE

22: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 22 BOCA DE SAPO Eran tiempos muy duros en el sur. No en el sur de este país, sino del mundo, donde las estaciones están cambiadas y el invierno no ocurre en Navidad, como en las naciones cultas, sino en la mitad del año, como en las regiones bárbaras. Piedra, coirón y hielo, extensas llanuras que hacia Tierra del Fuego se desgranan en un rosario de islas, picachos de cordillera nevada cerrando el horizonte a lo lejos, silencio instalado allí desde el nacimiento de los tiempos e interrumpido a veces por el suspiro subterráneo de los glaciares deslizándose lentamente hacia el mar. Es una naturaleza áspera, habitada por hombres rudos. A comienzos del siglo no había nada allí que los ingleses pudieran llevarse, pero obtuvieron concesiones para criar ovejas. En pocos años los animales se multiplicaron en tal forma que de lejos parecían nubes atrapadas a ras del suelo, se comieron toda la vegetación y pisotearon los últimos altares –U las culturas indígenas. En ese lugar Hermelinda se ganaba la vida con juegos de fantasía. En medio del páramo se alzaba, como una torta abandonada, la gran casa de la Compañía Ganadera, rodeada por un césped absurdo, defendido contra los abusos del clima por la esposa del administrador, quien no pudo resignarse a vivir fuera del corazón del Imperio Británico y siguió vistiéndose de gala para cenar a solas con su marido, un flemático caballero sumido en el orgullo de obsoletas tradiciones. Los peones criollos vivían en las barracas del campamento, separados de sus patrones por cercas de arbustos espinudos y rosas silvestres, que intentaban en vano limitar la inmensidad de la pampa y crear para los extranjeros la ilusión de una suave campiña inglesa. Vigilados por los guardias de la gerencia, atormentados por el frío y sin tomar una sopa casera durante meses, los trabajadores sobrevivían a la desventura, tan desamparados como el ganado a su cargo. Por las tardes no faltaba quien cogiera la guitarra y entonces el paisaje se llenaba de canciones sentimentales. Era tanta la penuria de amor, a pesar de la piedra lumbre puesta por el cocinero en la comida para apaciguar los deseos del cuerpo y las urgencias del recuerdo, que los peones yacían con las ovejas y hasta con alguna foca, si se acercaba a la costa y lograban cazarla. Esas bestias tienen grandes mamas, como senos de madre, y al quitarles la piel, cuando aún están vivas, calientes, palpitantes, un hombre muy necesitado puede cerrar los ojos e imaginar que abraza a una sirena. A pesar de estos inconvenientes los obreros se divertían más que sus patrones, gracias a los juegos ¡lícitos de Hermelinda. Ella era la única mujer joven en toda la extensión de esa tierra, aparte de la dama inglesa, quien sólo cruzaba el cerco de las rosas para matar liebres a escopetazos y en esas ocasiones apenas se alcanzaba a vislumbrar el velo de su sombrero en medio de una polvareda de infierno y un clamor de perros perdigueros. Hermelinda, en cambio, era una hembra cercana y precisa, con una atrevida mezcla de sangre en las venas y muy buena disposición para festejar. Había escogido ese oficio de consuelo por pura y simple vocación, le gustaban casi todos los hombres en general y muchos en particular. Entre ellos reinaba como una abeja emperatriz. Amaba en ellos el olor del trabajo y del deseo, la voz ronca, la barba de dos días, el cuerpo vigoroso y al mismo tiempo tan vulnerable en sus manos, la índole combativa y el corazón ingenuo. Conocía la ilusoria fortaleza y la debilidad extrema de sus clientes, pero de ninguna de esas condiciones se aprovechaba, por el contrario, de ambas se compadecía. En su brava naturaleza había trazos de ternura maternal y a menudo la noche la encontraba cosiendo parches en una camisa, cocinando una gallina para algún trabajador enfermo o escribiendo cartas de amor para novias remotas. Hacía su fortuna sobre un colchón relleno con lana cruda, bajo un techo de cinc agujereado, que producía música de flautas y oboes cuando lo atravesaba el viento. Tenía las carnes firmes y la piel sin mácula, se reía con gusto y le sobraban agallas, mucho más de lo que una oveja aterrorizada o una pobre foca sin cuero 22 Librodot

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21: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 21 de alas; de santidad, proclamaron los devotos apiñados en la calle con cirios y flores; de asombro, digo yo, porque estuve con ella cuando nos visitó el Papa. 21 Librodot

Antología Visiones 1995


Antología Visiones 1995

Selección de
Pedro Jorge Romero.

Contenido:

En el país de Oneiros de Javier Negrete Cuando regresan los dioses de
Armando Boix La soga de Manuel Montes Machote, Machote de Angel Torres Quesada Maleficio de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal Lagunas de Kirkwood de Manuel Díez Román Desde el sol hasta el corazón de la Tierra de Carlos Fernández Castrosín La travesía de Francisco José Suñer El pistolero de Xavier Riesco Riquelme Otro día sin noticias tuyas de Joan Carles Planells

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