25.7.07

Cráter Plum en la Luna


La nave Apolo 16 pasó tres días en la Luna en Abril de 1972, siendo la quinta de seis misiones alunizadoras. La Apolo 16 fue famosa por instalar y utilizar un telescopio ultravioleta en lo que fue el primer observatorio lunar, y por recolectar rocas y datos sobre las misterioesas tierras altas de la Luna.En esta foto, el astronauta John W. Young fotografía a Charles M. Duke, Jr. recolectando muestras de rocas en el sitio de alunizaje Descartes. Duke está cerca del cráter Plum, mientras que el vehículo explorador lunar espera aparcado en el trasfondo.El vehículo explorador lunar permitió que los astronautas viajaran grandes distancias para investigar las características superficiales y recolectar rocas. Mientras tanto, arriba, Thomas K. Mattingly orbita en el Módulo de Comando.

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28: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 28 un rosario de amarguras. Como se negaba a darle comida a su marido, Concha se encargó de hacerlo cuando la otra salía, para no encontrarse con ella ante el fogón de la cocina. Era tanto el odio de Antonia Sierra, que algunos en el pueblo creyeron que acabaría matando a su rival y fueron a pedirle a Riad Halabí y a la Maestra Inés que intervinieran antes de que fuera tarde. Sin embargo, las cosas no sucedieron de esa manera. Al cabo de dos meses la barriga de Concha parecía una calabaza, se le habían hinchado tanto las piernas que estaban a punto de reventársele las venas, y lloraba continuamente porque se sentía sola y asustada. Tomás Vargas se cansó de tanta lágrima y decidió ir a su casa sólo a dormir. Ya no fue necesario que las mujeres hicieran turnos para cocinar, Concha perdió el último incentivo para vestirse y se quedó echada en la hamaca mirando el techo, sin ánimo ni para colarse un café. Antonia la ignoró todo el primer día, pero en la noche le mandó un plato de sopa y un vaso de leche caliente con uno de los niños, para que no dijeran que ella dejaba morirse a nadie de hambre bajo su techo. La rutina se repitió y a los pocos días Concha se levantó para comer con los demás. Antonia fingía no verla, pero al menos dejó de lanzar insultos al aire cada vez que la otra pasaba cerca. Poco a poco la derrotó la lástima. Cuando vio que la muchacha estaba cada día más delgada, un pobre espantapájaros con un vientre descomunal y unas ojeras profundas, empezó a matar sus gallinas una por una para darle caldo, y apenas se le acabaron las aves hizo lo que nunca había hecho hasta entonces, fue a pedirle ayuda a Riad Halabí. –Seis hijos he tenido y varios nacimientos malogrados, pero nunca he visto a nadie enfermarse tanto de preñez –explicó ruborizada–. Está en los huesos, turco, no alcanza a tragarse la comida y ya la está vomitando. No es que a mí me importe, no tengo nada que ver con eso, pero ¿qué le voy a decir a su madre si se me muere? No quiero que me vengan a pedir cuentas después. Riad Halabí llevó a la enferma en su camioneta al hospital y Antonia los acompañó. Volvieron con una bolsa de píldoras de diferentes colores y un vestido nuevo para Concha, porque el suyo ya no le bajaba de la cintura. La desgracia de la otra mujer forzó a Antonia Sierra a revivir retazos de su juventud, de su primer embarazo y de las mismas violencias que ella soportó. Deseaba, a pesar suyo, que el futuro de Concha Díaz no fuera tan funesto como el propio. Ya no le tenía rabia, sino una callada compasión, y empezó a tratarla como a una hija descarriada, con una autoridad brusca que apenas lograba ocultar su ternura. La joven estaba aterrada al ver las perniciosas transformaciones en su cuerpo, esa deformidad que aumentaba sin control, esa vergüenza de andarse orinando de a poco y de caminar como un ganso, esa repulsión incontrolable y esas ganas de morirse. Algunos días despertaba muy enferma y no podía salir de la cama, entonces Antonia turnaba a los niños para cuidarla mientras ella partía a cumplir con su trabajo a las carreras, para regresar temprano a atenderla; pero en otras ocasiones Concha amanecía más animosa y cuando Antonia volvía extenuada, se encontraba con la cena lista y la casa limpia. La muchacha le servía un café y se quedaba de pie a su lado, esperando que se lo bebiera, con una mirada líquida de animal agradecido. El niño nació en el hospital de la ciudad, porque no quiso venir al mundo y tuvieron que abrir a Concha Díaz para sacárselo. Antonia se quedó con ella ocho días, durante los cuales la Maestra Inés se ocupó de sus chiquillos. Las dos mujeres regresaron en la camioneta del almacén y todo Agua Santa salió a darles la bienvenida. La madre venía sonriendo, mientras Antonia exhibía al recién nacido con una algazara de abuela, anunciando que sería bautizado Riad Vargas Díaz, en justo homenaje al turco, porque sin su ayuda la madre no hubiera llegado a tiempo a la maternidad y además fue él quien se hizo cargo de los gastos cuando el padre hizo oídos sordos y se fingió más borracho que de costumbre para no desenterrar su oro. Antes de dos semanas Tomás Vargas quiso exigirle a Concha Díaz que volviera a su hamaca, a pesar de que la mujer todavía tenía un costurón fresco y un vendaje de guerra en el vientre, pero Antonia Sierra se le puso delante con los brazos en jarra, decidida por primera vez en su existencia a impedir que el viejo hiciera según su capricho. Su marido inició el ademán de quitarse el cinturón para derle los correazos habituales, pero ella no lo dejó 28 Librodot

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fotos huaca Fachada:

19.7.07

Mares y montes lunares


Esta llamativa imagen de la luna en cuarto menguante fue registrada con un telescopio de 24 pulgadas y una cámara digital. Maravillosamente detallada, especialmente a lo largo del "terminador" o línea de sombra entre la noche y el día lunares, esta versión recortada de la imagen completa muestra la región polar del norte con sus cráteres y el suave y vasto Mare Imbrium.Desde el renacimiento, los telescopios han revelado numerosos detalles de la superficie lunar, y las naves espaciales han contribuido en enorme medida a este conocimiento. Entre los accidentes orográficos se encuentran cráteres, cadenas de montañas, llanuras o mares, fracturas, cimas, fisuras lunares y radios o "rayos".

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27: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 27 del asunto. La vio aparecer en su puerta y por la forma en que dejó caer su bulto ante el mostrador se dio cuenta al punto de que no estaba de paso, esa muchacha venía a quedarse. Era muy joven, morena y de baja estatura, con una mata compacta de pelo crespo desteñido por el sol, donde parecía no haber entrado un peine en mucho tiempo. Como siempre hacía con los visitantes, Riad Halabí le ofreció a Concha una silla y un refresco de piña y se dispuso a escuchar el recuento de sus aventuras o sus desgracias, pero la muchacha hablaba poco, se limitaba a sonarse la nariz con los dedos, la vista clavada en el suelo, las lágrimas cayéndole sin apuro por las mejillas y una retahíla de reproches brotándole entre los dientes. Por fin el árabe logró entenderle que quería ver a Tomás Vargas y mandó a buscarlo a la taberna. Lo esperó en la puerta y apenas lo tuvo por delante lo cogió por un brazo y lo encaró con la forastera, sin darle tiempo de reponerse del susto. –La joven dice que el bebé es tuyo –dijo Riad Halabí con ese tono suave que usaba cuando estaba indignado. –Eso no se puede probar, turco. Siempre se sabe quién es la madre, pero del padre nunca hay seguridad –replicó el otro confundido, pero con ánimo suficiente para esbozar un guiño de picardía que nadie apreció. Esta vez la mujer se echó a llorar con entusiasmo, mascullando que no habría viajado de tan lejos si no supiera quién era el padre. Riad Halabí le dijo a Vargas que si no le daba vergüenza, tenía edad para ser abuelo de la muchacha, y si pensaba que otra vez el pueblo iba a sacar la cara por sus pecados estaba en un error, qué se había imaginado, pero cuando el llanto de la joven fue en aumento, agregó lo que todos sabían que diría. –Está bien, niña, cálmate. Puedes quedarte en mi casa por un tiempo, al menos hasta el nacimiento de la criatura. Concha Díaz comenzó a sollozar más fuerte y manifestó que no viviría en ninguna parte, sólo con Tomás Vargas, porque para eso había venido. El aire se detuvo en el almacén, se hizo un silencio muy largo, sólo se oían los ventiladores en el techo y el moquilleo de la mujer, sin que nadie se atreviera a decirle que el viejo era casado y tenía seis chiquillos. Por fin Vargas cogió el bulto de la viajera y la ayudó a ponerse de pie. –Muy bien, Conchita, si eso es lo que quieres, no hay más que hablar. Nos vamos para mi casa ahora mismo –dijo. Así fue como al volver de su trabajo Antonia Sierra encontró a otra mujer descansando en su hamaca y por primera vez el orgullo no le alcanzó para disimular sus sentimientos. Sus insultos rodaron por la calle principal y el eco llegó hasta la plaza y se metió en todas las casas, anunciando que Concha Díaz era una rata inmunda y que Antonia Sierra le haría la vida imposible hasta devolverla al arroyo de donde nunca debió salir, que si creía que sus hijos iban a vivir bajo el mismo techo con una rabipelada se llevaría una sorpresa, porque ella no era ninguna palurda, y a su marido más le valía andarse con cuidado, porque ella había aguantado mucho sufrimiento y mucha decepción, todo en nombre de sus hijos, pobres inocentes, pero ya estaba bueno, ahora todos iban a ver quién era Antonia Sierra. La rabieta le duró una semana, al cabo de la cual los gritos se tornaron en un continuo murmullo y perdió el último vestigio de su belleza, ya no le quedaba ni la manera de caminar, se arrastraba como una perra apaleada. Los vecinos intentaron explicarle que todo ese lío no era culpa de Concha, sino de Vargas, pero ella no estaba dispuesta a escuchar consejos de templanza o de justicia. La vida en el rancho de esa familia nunca había sido agradable, pero con la llegada de la concubina se convirtió en un tormento sin tregua. Antonia pasaba las noches acurrucada en la cama de sus hijos, escupiendo maldiciones, mientras al lado roncaba su marido abrazado a la muchacha. Apenas asomaba el sol Antonia debía levantarse, preparar el café y amasar las arepas, mandar a los chiquillos a la escuela, cuidar el huerto, cocinar para los policías, lavar y planchar. Se ocupaba de todas esas tareas como una autómata, mientras del alma le destilaba 27 Librodot

Poder Motriz: El Ingrediente Final

Karl Jath y varios otros, en diferentes países, trataron de utilizar un motor para volar. Pero fracasaron en su intento, y se dieron por vencidos.

Los hermanos Wright


Dos norteamericanos, Orville y Wilbur Wright, tenían helicópteros de juguete cuando eran niños. Les encantaba hacerlos volar.

Presiona la figura ¡y veras al juguete dar vueltas!
Los hermanos Wright eran dueños de un taller de bicicletas.
La Compañía Ciclo Wright

Los hermanos Wright comenzaron a volar planeadores cerca de Kitty Hawk, en Carolina del Norte.
Un planeador

Probaron sus planeadores una y otra vez.
Planeando ¡Despegando!

Después agregaron un motor, una hélice, y un piloto, y lograron volar por cerca de un minuto. ¡Fueron los primeros en poder volar con un motor!

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11.7.07

Grieta en la Luna


Las grietas o hendiduras en la Luna, descubiertas por primera vez hace más de 200 años con un pequeño telescopio, aparecen por toda la Luna. Por ahora se conocen tres tipos de rimas: sinuosas, con muchas curvas serpenteantes, arqueadas que forman amplios arcos, y rectas, como la rima Ariadaeus que muestra esta foto. Las grietas lunares se llaman "rimas".Largas grietas similares a la Rima Ariadaeus se extienden cientos de kilómetros. Se cree que las rimas sinuosas son restos de antiguos flujos de lava, pero aún se ignora el origen de las arqueadas y las lineales, que es materia de investigación.Esta grieta lineal fue fotografiada por la tripulación del Apolo 10 en 1969, durante su histórica aproximación a sólo 14 kilómetros de la superficie lunar. Dos meses después, el Apolo 11, que incorporaba mucha de la experiencia obtenida con el Apolo 10, se posó en la Luna.

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26: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 26 EL ORO DE TOMÁS VARGAS Antes de que empezara la pelotera descomunal del progreso, quienes tenían algunos ahorros, los enterraban, era la única forma conocida de guardar dinero, pero más tarde la gente les tomó confianza a los bancos. Cuando hicieron la carretera y fue más fácil llegar en autobús a la ciudad, cambiaron sus monedas de oro y de plata por papeles pintados y los metieron en cajas fuertes, como si fueran tesoros. Tomás Vargas se burlaba de ellos a carcajadas, porque nunca creyó en ese sistema. El tiempo le dio la razón y cuando se acabó el gobierno del Benefactor –que duró como treinta años, según dicenlos billetes no valían nada y muchos terminaron pegados de adorno en las paredes, como infame recordatorio del candor de sus dueños. Mientras todos los demás escribían cartas al nuevo Presidente y a los periódicos para quejarse de la estafa colectiva de las nuevas monedas, Tomás Vargas tenía sus morocotas de oro en un entierro seguro, aunque eso no atenuó sus hábitos de avaro y de pordiosero. Era hombre sin decencia, pedía dinero prestado sin intención de devolverlo, y mantenía a los hijos con hambre y a la mujer en harapos, mientras él usaba sombreros de pelo de guama y fumaba cigarros de caballero. Ni siquiera pagaba la cuota de la escuela, sus seis hijos legítimos se educaron gratis porque la Maestra Inés decidió que mientras ella estuviera en su sano juicio y con fuerzas para trabajar, ningún niño del pueblo se quedaría sin saber leer. La edad no le quitó lo pendenciero, bebedor y mujeriego. Tenía a mucha honra ser el más macho de la región, como pregonaba en la plaza cada vez que la borrachera le hacía perder el entendimiento y anunciar a todo pulmón los nombres de las muchachas que había seducido y de los bastardos que llevaban su sangre. Si fueran a creerle, tuvo como trescientos porque en cada arrebato daba nombres diferentes. Los policías se lo llevaron varias veces y el Teniente en persona le propinó unos cuantos planazos en las nalgas, para ver si se le regeneraba el carácter, pero eso no dio más resultados que las amonestaciones del cura. En verdad sólo respetaba a Riad Halabí, el dueño del almacén, por eso los vecinos recurrían a él cuando sospechaban que se le había pasado la mano con la disipación y estaba zurrando a su mujer o a sus hijos. En esas ocasiones el árabe abandonaba el mostrador con tanta prisa que no se acordaba de cerrar la tienda, y se presentaba, sofocado de disgusto justiciero, a poner orden en el rancho de los Vargas. No tenía necesidad de decir mucho, al viejo le bastaba verlo aparecer para tranquilizarse. Riad Halabí era el único capaz de avergonzar a ese bellaco. Antonia Sierra, la mujer de Vargas, era veintiséis años menor que él. Al llegar a la cuarentena ya estaba muy gastada, casi no le quedaban dientes sanos en la boca y su aguerrido cuerpo de mulata se había deformado por el trabajo, los partos y los abortos; sin embargo aún conservaba la huella de su pasada arrogancia, una manera de caminar con la cabeza bien erguida y la cintura quebrada, un resabio de antigua belleza, un tremendo orgullo que paraba en seco cualquier intento de tenerle lástima. Apenas le alcanzaban las horas para cumplir su día, porque además de atender a sus hijos y ocuparse del huerto y las gallinas ganaba unos pesos cocinando el almuerzo de los policías, lavando ropa ajena y limpiando la escuela. A veces andaba con el cuerpo sembrado de magullones azules y aunque nadie preguntaba, toda Agua Santa sabía de las palizas propinadas por su marido. Sólo Riad Halabí y la Maestra Inés se atrevían a hacerle regalos discretos, buscando excusas para no ofenderla, algo de ropa, alimentos, cuadernos y vitaminas para sus niños. Muchas humillaciones tuvo que soportar Antonia Sierra de su marido, incluso que le impusiera una concubina en su propia casa. Concha Díaz llegó a Agua Santa a bordo de uno de los camiones de la Compañía de Petróleos, tan desconsolada y lamentable como un espectro. El chófer se compadeció al verla descalza en el camino, con su atado a la espalda y su barriga de mujer preñada. Al cruzar la aldea, los camiones se detenían en el almacén, por eso Riad Halabí fue el primero en enterarse 26 Librodot

Alas Fijas: Planeadores

El transporte aéreo más ligero que el aire era limitado. El hombre tuvo que volver a estudiar a los pájaros para encontrar el meolllo del diseño actual de aviónes.

Leonardo da Vinci realizós los primeros estudios verdaderos del vuelo en 1486. Él contaba con 150 dibujos que ilustraban sus teorías acerca del vuelo. Sin embargo, sus cuadernos permanecieron perdidos hasta 1797.



Leonardo da Vinci

George Cayley vio que la gente no podía volar por si misma porque no tenía bastante potencia muscular para crear la elevación. Él se enfocó en la invención de la cometa que había estado en estudio por más de 2000 años.


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Sir George Cayley . Los Dibujos de Cayley

Durante los próximos 50 años Cayley agregó y mejoró sus principios para el vuelo de deslizamiento controlado. Él estudió la presión de aire y descubrió el ángulo correcto para el ala de modo que el flujo de aire levantara el planeador. Cayley construyó un planeador que uno podría controlar. Su chofer voló en él. Con esto él realizaba el primer vuelo servido más pesado que el aire en la historia.
El primer éxito verdadero del vuelo en planeador lo obtuvo Lilienthal en 1891. Él fue la primera persona en poder demostrar que el vuelo controlado era posible. Realizó estudios de pájaros y aprendió cómo los pájaros vuelan y utilizó sus resultados para el vuelo por el hombre.


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Otto Lilienthal ...Planeador Lilienthal



Los planeadores de hoy se basan en los planes de Lilienthal. Una desventaja de su diseño era que en gran parte el control dependía mucho del movimiento del cuerpo.
Un estadounidense llamado Octave Chanute escribió un libro llamado El Progreso de las Máquinas de Vuelo. Él era un campeón del vuelo y su trabajo más importante era como educador. Su libro tenía toda la información que se conocía sobre vuelo hasta ese entonces en la historia.


Octave Chanute

Chanute escribió cartas extensas sobre el vuelo a Wilbur y a Orville Wright. Chanute les ayudó a entender los principios del vuelo.



Orville y Wilbur


Los hermanos Wright tenían un taller de reparación de bicicletas y para ellos la aviación era más que una un gusto pasajero. Desearon dar al vuelo la parte final: ¡Potencia!



¡Wilbur trabajando en un motor! ¡Volando sobre un vagón!

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1.7.07

Marte y la luna


Esto podría parecer una estrella brillante apareciendo por detrás de la Luna, pero no, se trata del planeta Marte. El planeta rojo pasó cerca de la luna menguante y pudo ser vsito desde algunas ubicaciones de América central y del sur, el Caribe y Florida.La expedición del Observatorio Clay Center a Bonita Springs, Florida, dió como fruto esta imagen evocadora de Marte asomándose por el borde oscuro de la luna, tras procesar y agrupar digitalmente varias series de imágenes telescópicas del evento.Con la luna y sus cráteres en primer plano el brillante planeta Marte aparece cercano de una forma alarmante, siendo visibles sus rasgos a escala global y el casquete polar sur.

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25: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 25 subieron a los caballos y echaron a andar. Hermelinda hizo una vaga señal de despedida a sus desolados admiradores y siguió a Pablo, el asturiano, por las llanuras peladas, sin mirar hacia atrás. Nunca más regresó. Fue tanta la consternación provocada por la partida de Hermelinda, que para divertir a sus trabajadores la Compañía Ganadera instaló columpios, compró dardos y flechas para tiro al blanco e hizo traer de Londres un enorme sapo de loza pintada con la boca abierta, para que los peones afinaran la puntería lanzándole monedas; pero ante la indiferencia general, estos juguetes acabaron decorando la terraza de la gerencia, donde los ingleses aún los usan para combatir el tedio al atardecer. 25 Librodot

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24: Librodot Cuentos de Eva Luna Isabel Allende 24 ofrecerle a los peones. Pablo era un hombre enjuto, de huesos de pollo y manos de infante, cuyo aspecto físico se contradecía con la tremenda tenacidad de su temperamento. Al lado de la opulenta y jovial Hermelinda, él parecía un mequetrefe enfurruñado, pero aquellos que al verlo llegar pensaron que podían reírse un rato a su costa, se llevaron una sorpresa desagradable. El pequeño forastero reaccionó como una víbora a la primera provocación, dispuesto a batirse con quien se le pusiera por delante, pero la trifulca se agotó antes de comenzar, porque la primera regla de Hermelinda era que bajo su techo no se peleaba. Una vez establecida su dignidad, Pablo se sosegó. Tenía una expresión decidida y algo fúnebre, hablaba poco y cuando lo hacía quedaba en evidencia su acento de España. Había salido de su patria escapando de la policía y vivía del contrabando a través de los desfiladeros de los Andes. Hasta entonces había sido un ermitaño hosco y pendenciero, que se burlaba del clima, las ovejas y los ingleses. No pertenecía en ningún lado y no reconocía amores ni deberes, pero ya no era tan joven y la soledad se le estaba instalando en los huesos. A veces despertaba al amanecer sobre el suelo helado, envuelto en su negra manta de Castilla y con la montura por almohada, sintiendo que todo el cuerpo le dolía. No era un dolor de músculos entumecidos, sino de tristezas acumuladas y de abandono. Estaba harto de deambular como un lobo, pero tampoco estaba hecho para la mansedumbre doméstica. Llegó hasta esas tierras porque oyó el rumor de que al final del mundo había una mujer capaz de torcer la dirección del viento, y quiso verla con sus propios ojos. La enorme distancia y los riesgos del camino no lograron hacerlo desistir y cuando por fin se encontró en la bodega y tuvo a Hermelinda al alcance de la mano, vio que ella estaba fabricada de su mismo recio metal y decidió que después de un viaje tan largo no valía la pena seguir viviendo sin ella. Se instaló en un rincón del cuarto a observarla con cuidado y a calcular sus posibilidades. El asturiano poseía tripas de acero y pudo ingerir varios vasos del licor de Hermelinda sin que se le aguaran los ojos. No aceptó quitarse la ropa para La Ronda de San Miguel, para el Mandandirun–dirun–dán ni para otras competencias que le parecieron francamente infantiles, pero al final de la noche, cuando llegó el momento culminante del Sapo, se sacudió los resabios del alcohol y se incorporó al coro de hombres en torno del círculo de tiza. Hermelinda le pareció hermosa y salvaje como una leona de las montañas. Sintió alborotársele el instinto de cazador y el vago dolor del desamparo, que le había atormentado los huesos durante todo el viaje, se le convirtió en gozosa anticipación. Vio los pies calzados con botas cortas, las medias tejidas sujetas con elásticos bajo las rodillas, los huesos largos y los músculos tensos de esas piernas de oro entre los vuelos de las enaguas amarillas y supo que tenía una sola oportunidad de conquistarla. Tomó posición, afirmando los pies en el suelo y balanceando el tronco hasta encontrar el eje mismo de su existencia, y con una mirada de cuchillo paralizó a la mujer en su sitio y la obligó a renunciar a sus trucos de contorsionista. O tal vez las cosas no sucedieron así, sino que fue ella quien lo escogió entre los demás para agasajarlo con el regalo de su compañía. Pablo aguzó la vista, exhaló todo el aire del pecho y después de unos segundos de concentración absoluta, lanzó la moneda. Todos la vieron hacer un arco perfecto y entrar limpiamente en el lugar preciso. Una salva de aplausos y silbidos envidiosos celebró la hazaña. Impasible, el contrabandista se acomodó el cinturón, dio tres pasos largos al frente, cogió a la mujer de la mano y la puso de pie, dispuesto a probarle en dos horas justas que ella tampoco podría ya prescindir de él. Salió casi arrastrándola y los demás se quedaron mirando sus relojes y bebiendo, hasta que pasó el tiempo del premio, pero ni Hermelinda ni el extranjero aparecieron. Transcurrieron tres horas, cuatro, toda la noche, amaneció y sonaron las campanas de la gerencia llamando al trabajo, sin que se abriera la puerta. Al mediodía los amantes salieron del cuarto. Pablo no cruzó ni una mirada con nadie, partió a ensillar su caballo, otro para Hermelinda y una mula para cargar el equipaje. La mujer vestía pantalón y chaqueta de viaje y llevaba una bolsa de lona repleta de monedas atada a la cintura. Había una nueva expresión en sus ojos y un bamboleo satisfecho en su trasero memorable. Ambos acomodaron con parsimonia los bártulos en el lomo de los animales, se 24 Librodot

Antología Visiones 1997


Antología Visiones 1997
Selección de Rafael Marín.
Contenido:
La casa de las dos escaleras de Ángel Olivera Victoria pírrica de
Rodolfo Martínez Fallo crítico de José Antonio Suárez La colina del brezo de Ángel Torres Quesada Picasso visita el planeta dels simis de Sebastià Roig Josaphat Rey de Luis G. Prado El día que hicimos la transición de Pedro Jorge Romero y Ricard de la Casa La vida correcta de Félix J. Palma El camino más corto entre el cielo y el infierno de Manuel Díez Román Mi esposa, mi hija de Domingo Santos

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